Me lo temía a finales de abril.
Las urnas dejaron un resultado ‘complicado’ de gestionar, sin mayorías claras (salvo una improbable gran coalición entre PSOE y PP y un casi imposible pacto entre PSOE y Ciudadanos), sin la temida suma de las tres derechas y la necesidad aritmética de los partidos nacionalistas e independentistas en un pacto a la izquierda. Y con las elecciones autonómicas, municipales y europeas a un mes vista. Primer mes tirado a la basura. A la espera de ‘la segunda vuelta’ del 28-A.
Siempre ha habido excusas para perder el tiempo en estos seis meses: los vetos entre partidos, los vetos entre personas, las negociaciones exprés, la inestabilidad territorial… Y los intereses de los partidos, incluso por encima de los intereses de la oligarquía económica, que quería estabilidad institucional, un Gobierno. Ni digamos por encima de los intereses de los ciudadanos.
El 10-N es la historia de un fracaso. Unas elecciones que no debieron existir. Una pérdida de tiempo.
Y aquí estamos, 11 de noviembre, obligados a no seguir perdiendo más tiempo.
Estamos a tiempo de evitar el desastre. A tiempo de evitar unas terceras elecciones en un año. A tiempo de formar un gobierno progresista, aunque con PSOE y Unidas Podemos con menos escaños.
Porque el 10-N, que Pedro Sánchez y sus palmeros (mención aparte para Iván Redondo y José Félix Tezanos) querían y buscaron desde las elecciones de abril, no ha valido más que para dejar una única mayoría clara: la Gran Coalición. El sueño húmedo de la oligarquía económica. ¡Dios no lo quiera!
El PSOE de Sánchez, empeñado en gobernar solo, lo tiene hoy más complicado: tres escaños y 750.000 votos menos.
Su socio preferente (se supone), al que le debe La Moncloa desde la gratuita moción de censura al corrupto Mariano Rajoy, Unidas Podemos, también está más débil a la hora de reclamar un espacio y una voz propios en el futuro Gobierno: siete escaños y 600.000 votos menos.
Y, sin embargo, es más necesario que nunca.
Porque se nos acaba el tiempo para formar un Gobierno progresista.
Era más fácil en abril, pero sigue siendo posible en noviembre.
Sí, un gobierno apoyado por formaciones nacionalistas e independentistas. Porque las cuentas sino no salen y porque, de paso, podría ayudar en el pendiente y creciente problema territorial de España.
Porque España, al menos la izquierda, no puede gobernar de espalda a la realidad política de Cataluña y Euskadi. Porque Cataluña y Euskadi, señor Sánchez, votan lo que votan y cada vez con más fuerza, con más desapego a España. Porque, señor Sánchez, al juego de ‘ser más español’ no le va a ganar nunca a Vox y PP. Que se lo cuente su antiguo amigo Rivera. Porque el nacionalismo español siempre va a preferir el original a la copia. Y con Abascal y Casado ya tienen suficiente.
Porque el 10-N ha fortalecido las posturas de los nacionalistas e independentistas en Cataluña y en Euskadi. No van a desaparecer porque Abascal y compañía lo deseen.
El independentismo catalán (ERC, ganadora de las elecciones en Cataluña, Junts per Catalunya y la novedad de las CUP) ha ganado un escaño más (23, los mismos que el resto de fuerzas, incluidos los comunes). El nacionalismo e independentismo vasco también ha crecido, un representante más para el PNV y otro más para Bildu, con la izquierda abertzale por primera vez con grupo parlamentario propio en la Cámara Baja.
Estamos a tiempo de buscar una solución al problema territorial en España. ¡Hasta el BNG ha vuelto al Congreso!
Estamos a tiempo de pasar la página al siglo XXI para centrarnos en los grandes y verdaderos desafíos del mundo moderno: el cambio climático, la revolución del mercado laboral, las políticas de desigualdad, la reinvención del capitalismo…
Estamos a tiempo de cerrar las puertas a la ultraderecha.
Porque el resultado de Vox es la peor noticia del 10-N.
¿A quién coño se le ocurrió convocar unas elecciones semanas después de conocerse la sentencia del juicio del ‘Procés’?
¡Menudos estrategas, señor Sánchez!
Una ultraderecha en auge, que ha liquidado a Ciudadanos y va a por el PP. Una ultraderecha sin complejos, como sus votantes, que amenaza con recortar nuestros derechos y libertades. Una ultraderecha populista y retrógrada, que nos devolvería a los peores años de la historia moderna de España. Una España en blanco y negro. Una España sin nada de gloria. Una España de bandos, una España insolidaria, xenófoba, machista… Una España posfranquista en el siglo XXI. Una España que caminaría en dirección contraria al progreso de la humanidad.
Una ultraderecha que siempre había existido, camuflada en el PP, pero que ha encontrado su voz propia gracias a Cataluña. Ni la inmigración, ni las políticas de igualdad, ni Franco. Ha sido por Cataluña.
Una ultraderecha a la que hay que combatir desde nuestras instituciones.
Estamos a tiempo para prepararnos para la nueva e inminente crisis socioeconómica sin que, de nuevo, los ciudadanos seamos los perdedores. Estamos a tiempo…
Porque la economía se está parando. Aquí y en casi todo el mundo.
Porque en los últimos años se ha seguido sin hacer nada o, lo que es lo mismo, perdiendo el tiempo.
Porque España no se ha preparado para afrontar una nueva crisis cuando millones de españoles aún no han salido de la anterior. Quizás, para siempre.
Porque España está a la cola en innovación y desarrollo en el mundo desarrollado.
Porque España sigue sin acometer una reforma fiscal progresiva.
Estamos a tiempo…, de todo.
Pero el tiempo es finito y cada vez tenemos menos tiempo para seguir perdiendo el tiempo.
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